Hace algún tiempo, mi tío Alfonso
Martínez Galilea me regaló una biografía de Erasmo escrita por un autor húngaro
de mediados del siglo XX al que no conocía: György Faludy.
La obra me gustó mucho, pues combina
amenidad y erudición mientras reconstruye no solo la vida de Erasmo, sino
también su mundo y su tiempo. A través de los ojos y la mente de Erasmo, Faludy
nos permite acercarnos casi en primera persona a la época: los modos de vida, mentalidades,
la cultura y la sociedad, se revelan al lector mediante los anhelos y
preocupaciones de Erasmo, a través de sus propios escritos y de jugosas
anécdotas recopiladas por el autor. Faludy propone un verdadero viaje en el
tiempo en el que conoceremos varios países europeos, asistiremos a acontecimientos
políticos y religiosos de primer orden, y nos encontraremos tanto con el erudito
como con el hombre de la calle de un Renacimiento del que Faludy era un
apasionado estudioso, lo que se plasma perfectamente en su relato vívido y
evocador.
Sin embargo, Faludy es conocido sobre
todo por su libro autobiográfico: My
happy days in Hell, del que acabo de leer su traducción castellana, a cargo
del mencionado Alfonso Martínez Galilea. Es un libro inteligente, divertido y
provocador, una lectura recomendable por muchos motivos, aunque ahora solo haré
alusión a algunos contenidos relacionados con la temática de este blog.
Por su formación, lecturas e
intereses, podríamos considerar a Faludy un humanista del siglo XX, y son
varios los pasajes en que él mismo confiesa que le hubiera gustado vivir en la
Edad Antigua o en su admirado Renacimiento, y se emociona al recrear: “los
cielos serenos y azules de Homero, la sabiduría de Marco Aurelio, los idilios
de Teócrito, los filósofos paseando por la stoa…”.
Aún es más, Faludy da testimonio
de la importancia de la educación humanística en su vida y en las
circunstancias de su tiempo, pues argumenta que “la penetración de la ideología
[comunista en Hungría] era más profunda cuanto menor el conocimiento de las
humanidades”. Por tanto agradece que sus conocimientos del mundo grecolatino le
salvaran de abrazar ideologías irracionales, puesto que la filosofía en cierto
modo le inmunizó contra ello.
Incluso en los momentos más
difíciles de su cautiverio (que en cierto sentido recuerda al sufrido por
Boecio), Faludy siguió sosteniendo que la formación clásica protege el alma, y tomó
como referencia a Sócrates: “Porque en él había aprendido que ningún hombre puede
identificarse con la ley y con la moral pública de su ciudad si su daimon interior no las aprueba (…) el daimon socrático no puede hacer otra
cosa que negarse a aceptar los eslóganes sucesivos y contradictorios”.
En suma, entre otras muchas
cosas, la obra de Faludy aporta interesantes reflexiones sobre la importancia de
la educación humanística frente a una formación dirigida por ideologías económicas,
políticas, patrióticas o religiosas.
No acabaré sin dedicar un par de
líneas a la excelente traducción de la obra a cargo de mi tío Alfonso, que ha castellanizado
la voz de Faludy de manera muy fluida, rica y coherente. El estilo de Faludy es
original, complejo y contiene muchos matices, que no se pierden en una
traducción castellana ágil y natural. El Faludy hispanohablante utiliza un vocabulario
amplio y de gran riqueza, acorde con su época y formación, pero al mismo tiempo
mantiene siempre un ritmo adecuado, y por así decirlo, suena muy bien.