Cualquier interesado en el humanismo, con solo dedicar un rato a
repasar la ingente bibliografía sobre el tema, se encontrará con multitud de
definiciones sobre este concepto. Son muchos los especialistas que han aportado
una definición propia del término, y este no es el lugar de repasarlas, o de
proponer una nueva.
Muy brevemente podría decirse que el humanismo es un complejo fenómeno
cultural que supone una manera particular de entender y expresar las
posibilidades del ser humano. Me gustan especialmente las interpretaciones que
conciben el humanismo como una corriente o tradición cultural que se ha
manifestado en distintos momentos y con diferente intensidad a lo largo de la
historia, y que se refleja en una determinada actitud de los artistas e
intelectuales hacia sus creaciones.
No cabe duda de que el humanismo vivió una etapa dorada entre los
siglos XV y XVII, cuando se desarrolló por toda Europa, como prueban grandes personalidades
de diversos países: Erasmo, Guillaume Budé, Leonardo Bruni, Luis de Camoes,
Rodolfo Agrícola, Janus Pannonius, Tomás Moro, o Comenio.
Es cierto que estos personajes (y muchos otros) tuvieron un papel destacado
en el desarrollo de la cultura europea, y merecen el distintivo de humanistas.
Menéndez Pelayo mostró su admiración por ellos de la siguiente forma:
todo parece pequeño en
confrontación con estos patriarcas de la cultura moderna, que se llaman Erasmo,
Aldo Manucio, Enrique Stéphano, Vives o Arias Montano, cada uno de los cuales
hizo la obra de un siglo entero de eruditos.
Pero como he advertido, en mi opinión el humanismo no se ciñe
únicamente a un periodo histórico determinado, sino que podríamos calificar de
humanistas a intelectuales de otros periodos que hayan mostrado en su pensamiento
un enfoque similar de la vida y de la relación con la cultura y el
conocimiento. Ello permitiría dar cabida entre los ‘humanistas’ a muchos
autores grecolatinos, otros del periodo medieval, o de la Edad Contemporánea.
También, cómo no, tiene que
haber entre los humanistas representantes de otras culturas, ajenos a la
civilización occidental. Debido a que la actitud humanista es al menos en
potencia un atributo común de todos los seres humanos, resulta presuntuoso y
etnocéntrico limitarla únicamente a los miembros de una determinada cultura, en
este caso la nuestra.
En mi opinión, lo verdaderamente importante de los
planteamientos humanistas ( y de los estudios que obligatoriamente conllevan),
son sus resultados. Luis Vives, el célebre humanista valenciano, sintetizó esta
idea con una frase que comparto plenamente: “Humanidades se llaman estas
disciplinas, hágannos pues, humanos”.
Con esta reflexión termina la entrada de hoy, puesto que de las
posibilidades del humanismo y su inherente correspondencia con la educación
hablaremos el próximo día.