La
segunda entrada de este blog va a dedicarse a la cultura clásica. Entre las
definiciones establecidas por el diccionario de la RAE para el término ‘clásico’,
me llaman la atención las siguientes:
1. Se dice del
período de tiempo de mayor plenitud de una cultura, de una civilización.
2. Dicho de un
autor o de una obra: Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier
arte o ciencia.
3. Perteneciente o
relativo a la literatura o al arte de la Antigüedad griega y romana.
Combinando las tres definiciones, podría
decirse que las culturas griega y romana supusieron una época dorada de la
civilización Occidental, y que por tanto, algunas de sus creaciones resultan
modelos dignos de imitar por los intelectuales posteriores. De acuerdo con esta
idea, comparto unas palabras de Juan Ramón Jiménez, que a mi parecer,
sintetizan a la perfección el significado del término: “Clásico, es decir
actual, es decir, eterno”. Esto implica que las obras verdaderamente clásicas
son aquellas que a pesar del transcurso del tiempo, siempre mantienen su
actualidad, su utilidad y belleza para las generaciones venideras.
También Isaías Lerner sostuvo que una
característica esencial de los textos clásicos es su capacidad de responder a
las interpelaciones de los lectores de todos los tiempos, con respuestas
adecuadas a las circunstancias históricas de cada lectura. Algo similar opinaba Paul O. Kristeller, quien
afirmó que durante toda su vida había creído firmemente en el valor permanente
de los estudios clásicos y de la educación clásica:
No nos dan
respuestas o soluciones para los problemas morales, sociales o intelectuales a
los que nos enfrentamos, pero sí una perspectiva. Ningún volumen de información
nos aliviará la tarea de elegir al actuar, tarea que debemos cumplir todos los
días.
Partiendo desde
esta convicción, de que algunos textos grecolatinos siguen siendo válidos para
la formación de las personas de nuestro tiempo, quiero dar cabida aquí a mis
lecturas favoritas de autores como Quintiliano, Marco Aurelio, Aristóteles, Cicerón,
Epicteto, Platón, Boecio, etc. La idea será siempre valorar si las enseñanzas
de estos maestros que vivieron hace ya muchos siglos pueden seguir aportando lecciones
positivas para la gente del hoy y del mañana. Al fin y al cabo, como escribió
Quintiliano (Inst. XII, 11, 22):
La antigüedad nos ha provisto de
tantos maestros, de tantos ejemplos, para que ninguna edad pueda parecer en la
hora de su nacimiento más feliz que la nuestra, para cuya enseñanza han
trabajado sin descanso los tiempos anteriores.
Quintiliano
se sentía afortunado por haber contado con grandes maestros que vivieron antes
que él y contribuyeron decisivamente en su formación. Lo mismo puede decirse de
muchos intelectuales posteriores, ya en la Edad Moderna, que se
sentían como “enanos a hombros de gigantes”. Con esta metáfora reconocían el valor que para ellos habían tenido los descubrimientos y reflexiones de sus
antecesores.
Miremos
pues, de vez en cuando, hacia el pasado, porque si no lo hacemos nos estaremos
perdiendo las experiencias y descubrimientos que conforman la cultura de nuestra
especie, que es la base de todo progreso social y humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario