martes, 25 de marzo de 2014

La educación del cuerpo y de la mente



Vivimos en una realidad estrictamente condicionada por nuestro estado corporal y mental. Ambas facetas del ser humano están unidas intrínsecamente, y todas nuestras vivencias se ven limitadas de modo absoluto por nuestra corporeidad y capacidad de raciocinio.

No hace falta explicar que el estado del uno afecta profundamente al otro, incluso hay gente que afirma que “no hay filósofo que aguante un dolor de muelas”; aunque con su estoicismo habitual, Epicteto respondería que a una persona pueden encadenársele sus pies y sus manos, pero nunca su albedrío.

Sobre este mismo tema, me parece curiosa la anécdota que Jacob Burckhardt relata sobre el retórico griego Polemón, quien en su vejez se resigna a morir puesto que aunque su mente sigue siendo capaz de elaborar buenos discursos, su fatigado cuerpo no tiene la fuerza necesaria para pronunciarlos. Por ello decide tumbarse en su sepulcro y dejarse desfallecer de hambre, diciendo a sus desconsolados familiares: “¡Si me dais otro cuerpo, seguiré declamando!”.

Tras esta introducción, hablaré ahora brevemente sobre el tratamiento de la dualidad cuerpo-mente en la pedagogía grecolatina. Esta idea fue ya recogida en la Ilíada, cuando narra que Fénix, “el anciano conductor de carros” maestro de Aquiles, enseñó al héroe heleno a ser: “decidor de palabras y autor de hazañas”, “pues el combate iguala a todos los hombres, y las asambleas los vuelven sobresalientes”. (Ilíada IX 442-3).

Esto implica un programa educativo basado en la exaltación del valor tanto físico como intelectual del ser humano, que consigue la excelencia mediante el ejercicio corporal y de la inteligencia. Los romanos vieron con buenos ojos este planteamiento, y lo aplicaron con su particular idiosincrasia: todo el mundo conoce la cita latina Mens sana in corpore sano, expresada por Juvenal en una de sus Sátiras (X, 356), aunque ahora se escapa de nuestras posibilidades su comentario.

Termino destacando la devoción con la que las civilizaciones griega y romana se aplicaron al deporte como instrumento de perfeccionamiento físico y moral del individuo, elevando a la categoría de arte la fuerza y belleza del cuerpo humano, como testimonia el tratamiento sin parangón que los artistas grecolatinos le concedieron.

Pero si bien ambas culturas ennoblecieron la práctica deportiva hasta el punto de desarrollar los Juegos Olímpicos, que a mi parecer suponen una de las creaciones humanas más extraordinarias de todos los tiempos, siempre acabaron decantándose por la superioridad del intelecto respecto a lo corporal. Por ello Quintiliano advirtió que el necesario cuidado del cuerpo no debe llegar al exceso de descuidar la mente. (Inst. I, 11, 15).

domingo, 16 de marzo de 2014

La educación clásica y humanística (II)

La práctica pedagógica grecolatina, y su heredera, la educación humanística surgida en el Renacimiento, son realidades complejas e imposibles de abordar en una entrada de blog. Por ello, aquí voy a referirme únicamente a uno de sus componentes esenciales: el valor que concedían a la palabra.
Ambas culturas desarrollaron una educación basada en la palabra, que fue el motor de su pedagogía. Los antiguos griegos entendieron como pocos las posibilidades formativas que tiene el diálogo, la transmisión de saberes y valores a través del discurso racional. Por ello, su práctica docente y su concepción de la enseñanza y el aprendizaje giraban en torno al dominio del lenguaje escrito y hablado. Los jóvenes griegos se educaban usando sus ojos, sus voces, sus manos y sus oídos: leyendo, hablando, escribiendo y escuchando. Es decir, estando en contacto permanente con las palabras.
Esta confianza en el valor educativo del diálogo y de la literatura fue asimilada por los romanos, quienes a semejanza de los griegos se educaron con poesías, relatos, sentencias y declamaciones. Como resultado de este proceso formativo, se esperaba que los educandos aprendieran a servirse con propiedad de los múltiples recursos y utilidades que el lenguaje puede proporcionar.
Para el gran maestro romano Marco Fabio Quintiliano, ninguna cosa distinguía más al ser humano de los demás seres vivos que el lenguaje, y por lo tanto en la educación de las personas, recomendó dedicarse incesantemente a su uso y perfeccionamiento.
De acuerdo con Quintiliano, también a mi parecer nunca podrá reivindicarse en exceso la importancia de la palabra y del diálogo en la educación. Así que les dejo con el testimonio de un pedagogo brasileño que siempre concedió al uso de la palabra un lugar prominente en sus escritos y en su docencia.

La educación clásica y humanística (I)


Desde la prehistoria, la educación ha experimentado continuos cambios para adaptarse a las necesidades de los grupos humanos. Por tanto, los educadores tienen que reflexionar constantemente sobre la adopción de nuevos criterios pedagógicos y nuevas metodologías. Sin duda, hay ciertas novedades que deben ser implementadas, pero lo que aquí me interesa plantear es si debería mantenerse alguna esencia: si la educación actual y futura puede servirse de los métodos desarrollados en épocas precedentes.
Uno de los periodos de la historia en el que más atención se dedicó a la educación desde el ámbito intelectual fue el Renacimiento. Para los humanistas (desde los pensadores anónimos hasta las personalidades de mayor renombre) la educación era una materia de máxima importancia. Por poner un único ejemplo me referiré a Erasmo, para quien la educación ocupaba la más alta jerarquía entre las actividades humanísticas, ya que la consideraba un elemento imprescindible para el desarrollo humano. En una de sus obras didácticas, Erasmo llegó a escribir que: «es la más irrefragable de las verdades que el hombre no instruido en filosofía ni en ninguna otra disciplina es un animal un poco peor que los brutos».
La confianza en la educación como herramienta para transformar al individuo y al conjunto de la sociedad es una característica esencial del humanismo. Por este motivo, desde el Renacimiento se compusieron infinidad de tratados educativos. Muchos de ellos se caracterizan por su intenso uso de los materiales legados por la Antigüedad clásica. Los humanistas consideraban la cultura grecolatina como un excelente modelo a imitar, y se esforzaron por asimilar las enseñanzas de los autores griegos y romanos que escribieron sobre educación.
En la próxima entrada se tratarán algunas características de la pedagogía humanista, por el momento simplemente voy a referir a algunas de las grandes figuras de la historia que recibieron este tipo de formación. En la Antigüedad tenemos los ejemplos de innumerables filósofos, políticos, escritores y científicos: desde Sócrates hasta Pitágoras, Platón o Pericles; y desde Virgilio hasta César, Séneca o Cicerón. El propio Filipo de Macedonia, que trató de dotar de la mejor educación a su hijo, encargó a Aristóteles la formación del joven Alejandro, que fue un apasionado de la literatura homérica.
También en la Edad Moderna podemos encontrar los casos de grandes personajes con una excelente base de cultura humanística: desde Vives a Voltaire, pasando por Galileo, Miguel Ángel, Bach o Descartes, por citar únicamente a unos pocos.Todos ellos tuvieron algo en común como fruto recibido de su interés por la educación humanística: una exquisita capacidad expresiva, un excepcional dominio del lenguaje hablado y escrito, una habilidad extraordinaria para la comunicación y para la invención y desarrollo de nuevas ideas.
En resumen, la historia de la educación nos enseña que existieron programas e individuos capaces de transmitir una serie de capacidades y valores tan positivos que a mi parecer resultan imprescindibles para la educación de la persona en cualquier tiempo o lugar. Por tanto, confío en que hoy no dejemos de lado todo esto para entregarnos a una práctica educativa que solo sepa mirar hacia adelante y que no vuelva la vista atrás, que olvide que existen más de veinticinco siglos de sabiduría educativa de los que podemos aprovecharnos.
En suma, creo que deberíamos rechazar cualquier intento de aplicación de una educación formalista, orientada únicamente a dotar al alumno de las aptitudes necesarias para su aplicación inmediata en las circunstancias en que le ha tocado vivir. Al contrario, la formación auténticamente pedagógica, es aquella que forma seres humanos íntegros, capaces de actuar y pensar por sí mismos, independientemente del contexto cultural en el que vivan.

Detalle del grupo de humanistas (Poliziano, Landino, Ficino y Becci), en la Aparición del Ángel a Zacarías de Ghirlandaio.


martes, 4 de marzo de 2014

Educación (Presentación IV)



En esta cuarta y última entrada introductoria, hablaré sobre la educación.
La educación es un proceso único que nos separa  del resto de las especies que pueblan nuestro planeta. Los humanos al nacer somos seres extremadamente vulnerables, y durante la infancia, un largo periodo (que equivale o supera  a la vida  completa de muchos animales), seguimos siendo dependientes de otras personas de mayor edad. En todo este tiempo, crecemos física y mentalmente, preparándonos día tras día para poder afrontar nuestra vida como adultos.
Pero la educación no acaba al alcanzar la madurez, sino que se prolonga durante toda nuestra existencia: seguimos aprendiendo continuamente: nuevos conocimientos, nuevas habilidades,  nuevas estrategias para adaptarnos al cambiante mundo que nos rodea. Esto es así desde un pasado remoto, en el que nuestros antecesores homínidos confiaban a sus cerebros la información más útil para luchar por la supervivencia.
Así, desde la prehistoria, la educación acompaña a las personas y sin ella estaríamos perdidos. Hace decenas de miles de años necesitábamos aprender las técnicas apropiadas para sobrevivir en la naturaleza: tallar herramientas, encender fuego, conocer los hábitos de los animales, etc. Hoy necesitamos aprender idiomas o manejar una tecnología que evoluciona a  velocidad vertiginosa.
En suma, la educación es parte primordial de la cultura, de la transmisión de los saberes y experiencias que articulan la vida humana, y que van pasando de generación en generación.
En la siguiente entrada hablaré de los valores y posibilidades que  la educación grecolatina y humanística  pueden aportar a las personas de nuestro tiempo. Para despedirme, les dejo con una reflexión del filósofo Tveztan Todorov:
“Quizá el humanismo pueda resolver algunos problemas de nuestra sociedad actual, y por eso hay que acudir a él. Por tanto, la empresa humanista nunca puede detenerse: el pensamiento humanista propone una elección práctica, una apuesta. Los hombres son libres y puede salir de ellos lo mejor y lo peor. Pero el hombre puede superarse a sí mismo, y existe un camino posible, al que llamamos educación”.