Desde la
prehistoria, la educación ha experimentado continuos cambios para adaptarse a
las necesidades de los grupos humanos. Por tanto, los educadores tienen que
reflexionar constantemente sobre la adopción de nuevos criterios pedagógicos y
nuevas metodologías. Sin duda, hay ciertas novedades que deben ser
implementadas, pero lo que aquí me interesa plantear es si debería mantenerse
alguna esencia: si la educación actual y futura puede servirse de los métodos desarrollados
en épocas precedentes.
Uno de los
periodos de la historia en el que más atención se dedicó a la educación desde
el ámbito intelectual fue el Renacimiento. Para los humanistas (desde los
pensadores anónimos hasta las personalidades de mayor renombre) la educación
era una materia de máxima importancia. Por poner un único ejemplo me referiré a
Erasmo, para quien la
educación ocupaba la más alta jerarquía entre las actividades humanísticas, ya
que la consideraba un elemento imprescindible para el desarrollo humano. En una
de sus obras didácticas, Erasmo llegó a escribir que: «es la más irrefragable
de las verdades que el hombre no instruido en filosofía ni en ninguna otra
disciplina es un animal un poco peor que los brutos».
La confianza
en la educación como herramienta para transformar al individuo y al conjunto de
la sociedad es una característica esencial del humanismo. Por este motivo,
desde el Renacimiento se compusieron infinidad de tratados educativos. Muchos
de ellos se caracterizan por su intenso uso de los materiales legados por la
Antigüedad clásica. Los humanistas consideraban la cultura grecolatina como un
excelente modelo a imitar, y se esforzaron por asimilar las enseñanzas de los
autores griegos y romanos que escribieron sobre educación.
En la próxima
entrada se tratarán algunas características de la pedagogía humanista, por el
momento simplemente voy a referir a algunas de las grandes figuras de la
historia que recibieron este tipo de formación. En la Antigüedad tenemos los
ejemplos de innumerables filósofos, políticos, escritores y científicos: desde
Sócrates hasta Pitágoras, Platón o Pericles; y desde Virgilio hasta César,
Séneca o Cicerón. El propio Filipo de Macedonia, que trató de dotar de la mejor
educación a su hijo, encargó a Aristóteles la formación del joven Alejandro,
que fue un apasionado de la literatura homérica.
También en la
Edad Moderna podemos encontrar los casos de grandes personajes con una
excelente base de cultura humanística: desde Vives a Voltaire, pasando por Galileo,
Miguel Ángel, Bach o Descartes, por citar únicamente a unos pocos.Todos ellos
tuvieron algo en común como fruto recibido de su interés por la educación
humanística: una exquisita capacidad expresiva, un excepcional dominio del
lenguaje hablado y escrito, una habilidad extraordinaria para la comunicación y
para la invención y desarrollo de nuevas ideas.
En resumen, la
historia de la educación nos enseña que existieron programas e individuos
capaces de transmitir una serie de capacidades y valores tan positivos que a mi
parecer resultan imprescindibles para la educación de la persona en cualquier
tiempo o lugar. Por tanto, confío en que hoy no dejemos de lado todo esto para
entregarnos a una práctica educativa que solo sepa mirar hacia adelante y que no
vuelva la vista atrás, que olvide que existen más de veinticinco siglos de
sabiduría educativa de los que podemos aprovecharnos.
En suma, creo
que deberíamos rechazar cualquier intento de aplicación de una educación
formalista, orientada únicamente a dotar al alumno de las aptitudes
necesarias para
su aplicación inmediata en las circunstancias en que le ha tocado vivir. Al
contrario, la formación auténticamente pedagógica, es aquella que
forma seres humanos íntegros, capaces de actuar y pensar por sí mismos,
independientemente del contexto cultural en el que vivan.
Detalle del grupo de humanistas (Poliziano, Landino, Ficino y Becci), en la Aparición del Ángel a Zacarías de Ghirlandaio.
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