Vivimos
en una realidad estrictamente condicionada por nuestro estado corporal y mental.
Ambas facetas del ser humano están unidas intrínsecamente, y todas nuestras
vivencias se ven limitadas de modo absoluto por nuestra corporeidad y capacidad
de raciocinio.
No
hace falta explicar que el estado del uno afecta profundamente al otro, incluso
hay gente que afirma que “no hay filósofo que aguante un dolor de muelas”;
aunque con su estoicismo habitual, Epicteto respondería que a una persona pueden
encadenársele sus pies y sus manos, pero nunca su albedrío.
Sobre
este mismo tema, me parece curiosa la anécdota que Jacob Burckhardt relata
sobre el retórico griego Polemón, quien en su vejez se resigna a morir puesto que
aunque su mente sigue siendo capaz de elaborar buenos discursos, su fatigado
cuerpo no tiene la fuerza necesaria para pronunciarlos. Por ello decide
tumbarse en su sepulcro y dejarse desfallecer de hambre, diciendo a sus
desconsolados familiares: “¡Si me dais otro cuerpo, seguiré declamando!”.
Tras
esta introducción, hablaré ahora brevemente sobre el tratamiento de la
dualidad cuerpo-mente en la pedagogía grecolatina. Esta idea fue ya recogida en
la Ilíada, cuando narra que Fénix,
“el anciano conductor de carros” maestro de Aquiles, enseñó al héroe heleno a ser:
“decidor de palabras y autor de hazañas”, “pues el combate iguala a todos los
hombres, y las asambleas los vuelven sobresalientes”. (Ilíada IX 442-3).
Esto implica un programa educativo basado
en la exaltación del valor tanto físico como intelectual del ser humano, que
consigue la excelencia mediante el ejercicio corporal y de la inteligencia. Los
romanos vieron con buenos ojos este planteamiento, y lo aplicaron con su
particular idiosincrasia: todo el mundo conoce la cita latina Mens sana
in corpore sano,
expresada por Juvenal en una de sus Sátiras (X, 356), aunque ahora se escapa de
nuestras posibilidades su comentario.
Termino
destacando la devoción con la que las civilizaciones griega y romana se
aplicaron al deporte como instrumento de perfeccionamiento físico y moral del
individuo, elevando a la categoría de arte la fuerza y belleza del cuerpo
humano, como testimonia el tratamiento sin parangón que los artistas
grecolatinos le concedieron.
Pero
si bien ambas culturas ennoblecieron la práctica deportiva hasta el punto de
desarrollar los Juegos Olímpicos, que
a mi parecer suponen una de las creaciones humanas más extraordinarias de todos
los tiempos, siempre acabaron decantándose por la superioridad del intelecto
respecto a lo corporal. Por ello Quintiliano advirtió que el necesario cuidado
del cuerpo no debe llegar al exceso de descuidar la mente. (Inst. I, 11, 15).
Al hilo de lo que comentas, siempre interesante, estaba pensando en la relación entre la fortaleza física y espiritual en la cultura grecolatina. La belleza -que es para los antiguos proporción, armonía- también se reproduce en la ética. Pienso, por ejemplo, en la concepción aristotélica de la virtud, que la hacía consistir en el término medio entre el defecto y el exceso (la valentía entre la cobardía y la temeridad; la magnanimidad, entre la humildad y la vanidad....) En este sentido, la búsqueda de proporción es la llave del bienestar del cuerpo y de la felicidad del alma. Un abrazo.
ResponderEliminarUna vez más, muchas gracias por tu aportación, David. La reflexión que planteas me parece excelente, y la suscribo con mucho gusto. Un fuerte abrazo amigo mío.
ResponderEliminar