lunes, 29 de septiembre de 2014

Meditando con Marco Aurelio


Varias de las próximas entradas van a dedicarse a las Meditaciones de Marco Aurelio, uno de los libros que hasta el momento han sido más importantes en mi vida.

Marco Aurelio fue un emperador romano dedicado a la filosofía, o más bien un  filósofo  estoico que fue también emperador romano. Sus circunstancias vitales fueron por tanto excepcionales: Marco Aurelio fue el hombre más poderoso de su tiempo, aunque vivió  de forma muy diferente a la de otros soberanos y personajes acaudalados. Frente  al poder o al dinero, Marco Aurelio antepuso sus deberes como gobernante y como persona educada, eligiendo el camino del estudio, el autodominio y la responsabilidad como bases para alcanzar la felicidad, que en su opinión residía en vivir de manera acorde a la propia naturaleza del ser humano.

Sus Meditaciones (c.170-180)  recogen las reflexiones de este filósofo y emperador sobre una gran variedad de temas: la vida y la muerte, la ética y la moral, el placer,  los deberes del individuo, el rol del hombre en sociedad, la trascendencia y significado de la vida humana, etc.

Al leer los escritos de Marco Aurelio, uno se siente conmocionado por su cercanía y su humanidad: sus palabras conectan de inmediato y profundamente con el lector. Esto sucede en buena medida porque Marco Aurelio escribe  sobre cuestiones universales que nos afectan a todas las personas, y lo hace con maestría, pero también con sencillez. Algunas de las ideas que expone Marco Aurelio parecen dormidas en el subconsciente de todos nosotros, y al leerlas se despiertan. Es como si leyésemos algo que yacía latente en nuestro interior y que acaba de formularse con las palabras precisas.

 A mi parecer, las Meditaciones son uno de esos libros que tienen la capacidad de emocionar y estremecer, que te conectan estrechamente con su autor. Más allá de los cerca de 2000 años que nos separan, las Meditaciones nos ofrecen la oportunidad de dialogar casi cara a cara con Marco Aurelio,  un personaje que a nadie puede dejar indiferente.

En definitiva, considero las Meditaciones como una obra imprescindible, un libro que incita como pocos a la reflexión y cuyo propósito no es otro que  mejorarnos como personas.
Así que no lo duden: léanlo. 

Les dejo aquí un enlace:
http://www.imperivm.org/cont/textos/txt/marco-aurelio_meditaciones.html



jueves, 11 de septiembre de 2014

El buen ciudadano (según Juan Costa)

Tras un parón durante las vacaciones de verano, retomo la actividad del blog con esta entrada cuyo protagonista es Juan Costa, un humanista aragonés que fue catedrático en las Universidades de Huesca, Salamanca y Zaragoza. Costa también desarrolló su docencia en la Corte, siendo preceptor de los príncipes de Bohemia, Alberto y Wenceslao, hermanos de Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II.

En sus labores como escritor, Costa trabajó durante muchos años en un tratado pedagógico titulado Gobierno del ciudadano, publicado en su versión definitiva en 1584 en Zaragoza. El género educativo, de larga tradición clásica, fue también muy cultivado en el Renacimiento, especialmente un tipo de obras llamadas “Espejos de príncipes”, escritas por los humanistas europeos para los soberanos de toda Europa, a quienes trataron de introducir en sus doctrinas.

A diferencia de lo habitual, el libro de Costa no está dirigido a ningún príncipe, sino a quienes desempeñaban cargos de gobierno el sistema político español de la época, especialmente a quienes ocupaban el puesto de regidor o ciudadano, similar al concejal de nuestros días. Para su enseñanza, Costa utiliza incansablemente a los clásicos, los autores cristianos o los humanistas italianos. El uso de citas es constante, continuo, ininterrumpido: la conversación se teje acumulando uno tras otro, ejemplos del pasado que le sirven como ejemplo y referencia para sus contemporáneos.

Costa comienza con su Tratado primero del ciudadano, en el cual se trata de cómo se ha de gobernar a sí mismo. En esta parte inicial de la obra, se incide en la importancia de la formación del carácter de la persona, en sus cualidades éticas:

“El que ha de regir a muchos sea tal que, con sus virtudes del alma y ejemplos de vida, aproveche a todos y no tenga vicio que dañen a alguno”.

“La virtud es la mejor pieza del arnés de nuestro ciudadano”.

“Para el ciudadano, que sólo es su fin gobernar bien una república y solamente quiere saber lo que para ello ha menester, basta de aprender las artes que digo de la manera que digo, comenzando por las que le enseñen a ser virtuoso, como es la ética, que trata de las virtudes”.

En estas páginas queda clara la importancia de la educación desde la infancia, pues como señala Costa, “lo que en la niñez se toma en la sepultura se deja”, y porque “los niños aprenden a imitar lo que hacen  los hombres”. Así, concluye que: “para esto le aprovechará no poco la buena crianza de sus padres de pequeño, teniendo cuidado de tenerle en su casa un maestro que particularmente le enseñe el camino de la virtud”.

Ya en la vida adulta, Costa recomienda una vida moderada, denunciando el vicio de la avaricia, la ostentación en el vestido, o los excesos en la mesa con ejemplos como el de:

“Aristóteles y el glotón Philoxeno, que tanto basaba su felicidad en el comer y beber que las oraciones que siempre hacía a sus dioses era rogarles le tornasen su cuello tan largo como el de una cigüeña y su cuerpo como el de una tinaja, creyendo que cuanto mayores los tuviese más podría comer y más gustaría de lo que bebiese”.

Costa ensalza virtudes como la fortaleza ante la adversidad: “el filósofo Anaxágoras, cuando le dijeron que un hijo suyo había muerto, sin demudarse cosa alguna, respondió: sea en hora buena, que ya yo sabía que, pues  lo engendré mortal, había de morir”.

También la justicia, y pone de ejemplo la definición que dio Arístides, “a quien le llamaban el justo, y que preguntado sobre lo que es la justicia respondió: no desear alguna cosa ajena”.

En su opinión, “valen mucho más las virtudes que las riquezas, ya que todo puede perderse menos la virtud que permanece con nosotros toda la vida”.

Siguiendo planteamientos estoicos, Costa argumenta que “el dinero y las riquezas no son ni buenas ni malas, sino tales cuales el que las tiene. Si él es prudente y sabio en saberse de ellas servir, son provechosas; y si es indiscreto y usa mal de ellas, dañosas (…) un hombre cargado de riquezas y desnudo de virtudes y letras es como una oveja que tuviese el vellocino de oro, no dejando de ser ambos animales brutos”.

Después utiliza el ejemplo Diógenes y Alejandro Magno, poniendo en boca del filósofo las siguientes palabras:

 ¿Quién es más rico? ¿El que teniendo ya muchos reinos, ambiciona otros?, ¿O yo, que no teniendo sino sola esta pobre capa con que me cubro esté con ella tan contento que no me da pena algún deseo de otras cosas?.... Tú tienes por señores y amos los que yo tengo por criados y siervos, tú obedeces y sirves a los que yo mando y doy de coces, que son nuestras inclinaciones y apetitos. Desengáñate, Alejandro, que la verdadera riqueza es la sabiduría, y la más verdadera sabiduría consiste en saberse salvar y regir un hombre, y ésta no tanto consiste en vencer los enemigos que vences cuanto en vencerte a ti mismo, que eres el mayor enemigo que tienes.

Finalmente se ocupa de: “cómo ha de regir el ciudadano a sus hijos, por el ejemplo que ha de dar a otros para criar los suyos y porque saliendo sus hijos malos resultarían daño de la República y bien común”.

“El primer cuidado que el ciudadano ha de tener con sus hijos: es criarlos bien en su niñez, porque entonces podrá imprimir bien en ellos las buenas costumbres que han de tener cuando grandes, como nos dio Dios ejemplo en los que los animales que, tomando los de chiquitos, se pueden hacer domésticos y mansos, lo que es imposible cuando son grandes y hechos ya a la fiereza del campo (...) En fin, que podemos de lo dicho sacar que el ciudadano, en teniendo hijos, ha de poner diligencia en criarlos, de modo que cuando vengan a ser grandes vengan antes a aprovechar que a dañar su República”.

Con esta cita termina nuestro repaso por el Gobierno del ciudadano, un interesante tratado didáctico representante de una tradición muy habitual entre los humanistas que  siempre gustaron de recuperar ejemplos del pasado y no dudaron en atribuir a personajes históricos ciertas palabras o acontecimientos que sirvieran como ilustración de principios morales, valores, y otras enseñanzas que consideraban útiles para su propio tiempo.

Costa incidió especialmente en temas como la importancia de la educación, la formación de un carácter virtuoso, o la consecución del bien común. En este sentido, su obra se muestra heredera de numerosos planteamientos de los escritores grecolatinos (Marco Aurelio, Epicteto, Cicerón o Quintiliano), pero también se basa en la tradición cristiana y en algunos autores cercanos en el tiempo como Dante, Erasmo o Mexía que formaban parte ya de la cultura de la época. Y tal y como Costa reivindicaba el valor de las enseñanzas de griegos y romanos, igualmente podríamos servirnos con utilidad en nuestros días, de las lecciones de este y de otros humanistas españoles del siglo XVI.