martes, 21 de octubre de 2014

La importancia de aprender de los demás



Retomamos las Meditaciones del emperador romano Marco Aurelio.  Una de las cosas que más me gustan de la obra es la humildad de su autor, su carencia de envidia, su constante deseo de aprender de los demás y su reconocimiento de las virtudes de otras personas. Estas ideas quedan bien reflejadas en un párrafo en el que Marco Aurelio expresa la positiva influencia que pueden tener las personas de nuestro entorno para  ayudarnos a mejorar el humor y el carácter:

"Siempre que quieras alegrarte, piensa en los méritos de los que viven contigo, por ejemplo la energía en el trabajo de uno, la discreción de otro, la liberalidad de un tercero y cualquier cualidad de otro. Porque nada produce tanta satisfacción como los ejemplos de las virtudes al manifestarse en el carácter de los que con nosotros viven. Por esta razón deben tenerse siempre a mano".

No cabe duda de que Marco Aurelio puso en práctica este consejo puesto que de hecho, al inicio de su obra, realiza un emotivo listado que recoge las enseñanzas que él había asimilado de sus familiares y amigos. Sus palabras transmiten un intenso amor y respeto por las personas que menciona, junto con un reconocimiento explícito y lleno de gratitud. 

1: (Aprendí de…) De mi abuelo Vero: el buen carácter y la serenidad.
2: De la reputación y memoria legadas por mi progenitor: el carácter discreto y viril.
3: De mi madre: el respeto a los dioses, la generosidad y la abstención no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; más todavía, la frugalidad en el régimen de vida y el alejamiento del modo de vivir propio de los ricos.
5: De mi preceptor: (…) el soportar las fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia.
7: De Rústico: el haber concebido la idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter.
8: De Apolonio: (…) ser siempre inalterable, en los agudos dolores, en la pérdida de un hijo, en las enfermedades prolongadas; el haber visto claramente en un modelo vivo que la misma persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo  desenfadada.
9: De Sexto: La benevolencia (…), el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos (…), el no haber dado nunca la impresión de cólera ni ninguna otra pasión, antes bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias, el saber polifacético, sin alardes.
14: De mi hermano Severo: el amor a la familia, a la verdad y a la justicia (…), la beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la confianza en la amistad de los amigos.
15: De Máximo: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las tareas propuestas….
16: De mi padre (Antonino Pío): (…) el no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la perseverancia (…), el distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para distinguir cuando es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuando hay que relajarse (…) la autosuficiencia en todo y la serenidad (…) el velar constantemente por las necesidades del imperio (…) solidez en todo y firmeza (…) su trato afable y buen humor (…) Y especialmente, su complacencia, exenta de envidia, en los que poseían alguna facultad, por ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento de la historia de las leyes, de las costumbres o de cualquier otra materia; su ahínco en ayudarles para que cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia.

martes, 7 de octubre de 2014

La vida sencilla de Sócrates



El filósofo ateniense Sócrates personifica quizá mejor que ningún otro personaje de la Antiguedad el ideal intelectual del mundo clásico.

Entre sus virtudes y cualidades más destacables, junto a su capacidad argumentativa, su habilidad dialéctica, o la firmeza inquebrantable de sus principios, sobresalen asimismo su carácter austero y la sobriedad y sencillez de su modo de vida.


Son muchas las anécdotas y relatos a este respecto que se recogen en las fuentes antiguas, o que se atribuyeron a Sócrates posteriormente, por parte de autores medievales o renacentistas, que asociaron a su nombre ejemplos notables de esta cualidad. En esta entrada voy a mencionar algunas narraciones breves que tratan sobre este tema.

 
Hay
escritos que hablan de la frugalidad de Sócrates y su moderación en la comida y la bebida: parece que Sócrates comía habitualmente poco, y su apetito quedaba satisfecho con las más humildes recetas. En el beber también era moderado y aunque gustaba de saborear el vino, se cuenta que nunca se dejó llevar por la embriaguez. En El Banquete, Platón relata por boca de Alcibíades que sirviendo como soldado,  Sócrates destacó sobre todos “por su paciencia para soportar las fatigas y penalidades. Si como suele ocurrir en campaña nos faltaban víveres, Sócrates soportaba el hambre y la sed mucho mejor que todos nosotros, y si teníamos abundancia, sabía disfrutar de ella mejor que los demás”.

En la misma obra hay una alusión a su modestia en el vestido: Sócrates solía caminar descalzo por Atenas vistiendo únicamente una capa, y lo mismo hizo en la mencionada campaña:

En aquel país es el invierno sumamente riguroso y el modo de resistir de Sócrates el frío era prodigioso. Cuando helaba más y nadie se atrevía a salir de sus alojamientos, o si salía era muy abrigado, bien calzado y los pies envueltos en fieltro o en pieles de oveja, no dejaba de entrar y salir con la misma capa que tenía la costumbre de llevar, y con los pies descalzos marchaba más cómodamente sobre el hielo que nosotros que íbamos bien calzados, tanto, que los soldados le miraban con malos ojos, creyendo que los desafiaba. Tal fue Sócrates entre las tropas”.

Sócrates persistió en esta costumbre hasta el momento de su muerte, cuando se narra que un amigo le ofreció vestir su cadáver con finos ropajes púrpuras, algo que el filósofo rechazó argumentando que muerto no tendría necesidad de algo de lo que no se había preocupado estando en vida.

En otro relato, se nos presenta a Sócrates paseando por un gran mercado repleto de productos de todo tipo: artesanías variadas, importaciones de todos los rincones del Mediterráneo, artículos de lujo, animales exóticos, objetos de adorno, prendas de vestir, armas, y todos aquellos bienes y materiales imaginables que ocupaban decenas de puestos atendidos por mercaderes de infinidad de naciones. Acabado su recorrido por la magnífica exposición sin haber adquirido nada, Sócrates se mostró sorprendido por "la inmensa cantidad de cosas que no necesito". En suma, tal era la austeridad de su modo de vida que se decía que si Sócrates tuviera un esclavo, este huiría para no tener que vivir como su amo. 



Así, estos y otros relatos (reales o inventados) ilustran la sencilla filosofía vital de Sócrates y su escaso aprecio por las posesiones materiales. Y es que, al parecer de Sócrates, los auténticos bienes, aquellos realmente deseables, son aquellos que provienen del cultivo de la personalidad. Esto es, de la adquisición tanto de los conocimientos como de las virtudes del ánimo.