viernes, 19 de diciembre de 2014

Educar o Fabricar (I): El ser humano como recurso y herramienta.




En ocasiones tengo la sensación de que nos estamos encaminando hacia una educación utilitarista que contempla a las personas como herramientas. Los currículos educativos exigen una especialización creciente con el fin de adaptarse a las necesidades del mercado laboral. Debido a ello, la educación tiende cada vez más a ocuparse únicamente de dotar al educando de habilidades y actitudes prácticas para desempeñar un puesto de trabajo en la sociedad contemporánea.

Hoy educamos ingenieros, economistas, químicos, bomberos, políticos, y toda una serie de profesionales y técnicos que tienen que superar algunas pruebas de contenidos o prácticas relacionadas con su oficio, pero a mi parecer, los programas educativos a menudo descuidan la formación humana.

Considero que resulta imprescindible educar a la persona que tiene que desempeñar esas profesiones: el individuo que va a ser policía, médico, mecánico o agricultor no debe conocer únicamente las bases de su oficio, sino desempeñarlo de forma responsable de acuerdo a unos valores determinados. Se trata ante todo, de formar a la persona que ejercerá una profesión.

Lamentablemente, las exigencias mercado laboral ejercen un proceso deshumanizador del trabajador, al que se considera un “recurso humano”, una cifra más en la vorágine de números que componen el beneficio empresarial. Ante este todopoderoso objetivo, las personas que trabajan importan únicamente en cuanto factores de producción, que pueden ser sustituidos o desechados según intereses estrictamente económicos.

No puede asumirse que los colegios y universidades corran el riesgo de acabar convirtiéndose en fábricas; y la educación, en un proceso fabril que moldee seres humanos en cadena. La educación exclusivamente técnica adiestra a la persona para que sea capaz de manejar máquinas, tecnología, o conocimientos apropiados para desempeñar un trabajo específico, sin importar lo que suceda en el resto de ámbitos de la vida: fabrica una herramienta (la persona) que utiliza otras herramientas (ordenadores, vehículos, idiomas, etc.), con un fin preciso y obligado.

Los vaivenes y necesidades del mercado laboral descalifican al trabajador incapaz de adaptarse a sus necesidades. Sucede con esto lo mismo que pasa cuando la tecnología se queda obsoleta: se tira y se reemplaza por otra más nueva. Así, si no se necesitan abogados, arquitectos, camioneros o jardineros, se prescinde de ellos o se sustituyen por “repuestos” más acordes con las cambiantes circunstancias de nuestro mundo moderno.

Ello lleva a plantearse algunas preguntas: ¿somos los humanos desechables?, ¿se espera que nos comportemos como autómatas?, ¿se nos considera meramente como productos o como consumidores de productos?

Ante estos y otros interrogantes, la única salida posible es desarrollar una educación integral, que forme a la persona sin tener en cuenta exclusivamente las necesidades de una sociedad determinada, sino que incorpore también la adquisición de unos valores y actitudes vitales adecuadas para todo tiempo y lugar. Me refiero a un tipo de educación capaz de formar personas autónomas, con capacidad de aprendizaje autodidacta, con una gran dosis de sentido común, dotadas de sensibilidad, con capacidad crítica consigo mismas y con su entorno, autoexigentes y con objetivos personales, etc. En suma, personas preparadas para afrontar las vicisitudes que se encuentren en el camino, flexibles y adaptables a diversos modos de vida y circunstancias laborales.

De ello trataré en la siguiente entrada, en la que defenderé la importancia de las Humanidades para la formación personal.


1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo con tu análisis, que no podía ser más claro y conciso. Esperaremos, pues, con impaciencia, tu siguiente entrada. Un abrazo. David

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